Recibimos y Publicamos

El texto que recibimos en un día feriado cae como anillo al dedo (?) para quienes pretendemos aprovechar el descanso de nuestras habituales ocupaciones; sabrá perdonar el lector la falta de eufemismos propia de alguien que será impune tras el anonimato pero que es asiduo visitante de BC.

Nosotros los fieles, ellos los exitistas

“16:30 hs, preparo el mate, la radio y arranco al estadio. Hago 2’ o 5’ de cola, saco entrada. Paso la puerta como por un tubo y espero el resultado del sorteo de capitanes para instalarme del lado donde ataca Peñarol. Bajo hasta el primer anillo. Me extiendo cómodamente por la escalera porque las butacas son un invento del diablo, y me cebo mate de acuerdo a qué tan aburrido está el partido. Las puteadas de los ya viejos conocidos (“¡Cobrá, sinvergüenza!”) que llevan el diario como almohadón retumban en mi cabeza, así como los que saltan y cantan desde la Olímpica todo lo que viene de la Ámsterdam. Se suceden los partidos, y las puteadas mutan hacia consejos tácticos (“¡Estás mal perfilado (?), Porteño tarado!) y consejos a la directiva (“¡Váyanse todos!”). La concurrencia es algo menor, y el empate final pone dudas al futuro. Al domingo siguiente se repite la escena y somos más o menos la misma gente.

16:30 hs. preparo el mate, la radio y arranco al estadio. Hago la cola… ¡Epa! ¡Llega hasta la calle! ¡Y se está colando gente a cara de perro! Y ni en pedo le mato el hambre al peludo-pelado para entrar más rápido. Luego de 300ml de transpiración e intentos de garrón saco la entrada. A precio de ópera, porque el rival de turno quiere salvar el semestre con la recaudación. El milico me quiere revisar desde el termo hasta el último de mis esfínteres. Me hago lugar entre la gente, y tras el sorteo de capitanes… Uia. Van 8’ de partido.

Me dispongo hacia mi tradicional lugar en la zona de ataque. Luego de empujones varios, me acomodo sobre dos escalones y asumo una posición casi fetal porque unas 200 personas totalmente extrañas tuvieron la misma idea que yo. Además de que a los vendedores les da por pararse delante de mí. Me quemo unas 3 veces las manos cuando intento cebar, porque sigue llegando gente y me patea el brazo que lleva el termo. Se escuchan puteadas, y se festejan las ocurrencias como “Juez chorro, comprate un lazarillo” (! ). Claro que ante el error salta algún “¡Qué pataduras!” (?), o alguna puteada fácil a… Pacheco. Sí, a Pacheco.

Surge el rencor del incondicional “ ¿Qué puteas, amargo? ¿Vos estabas cuando le ganamos a Bella Vista aquella tarde lluviosa de miércoles en 2006 en que Obelar atajó un penal? ¿Eh? ¡Entonces cerrá el orto muchacho! “. Viene el gol. Se suceden festejos. Saltos cual barrabrava, y cantos al compás de la Ámsterdam. Al compás no, las letras son distintas. Mejor dicho: no las conocen, e inventan a gusto. “nunca me voy a olvidar/ cuando ganamos/ a las gallinas!!”. [TILT] Me pasó el agua. Me voy a la última grada del tercer anillo.

Nosotros, los fieles. Aquellos que cumplimos con ritos como ir hasta con la misma ropa al estadio, nos da como cierto ataque de acidez por ver cómo aquellos que desaparecen en las malas y solo van a los clásicos (o contra Defensor), festejan como propios los goles y las consecuentes victorias. La misma acidez cuando en los malos momentos vemos el estadio despoblado y despotricamos contra los –entonces- ausentes. Es así, no hay poronga que nos venga bien. Salimos festejando la victoria como uno más, y con esa pretendida autoridad moral que nos da haber presenciado tragedias futbolísticas como 90’ del Pájaro Alonso en el lateral (¡Y en repetidas ocasiones!). Me llevó años asumir que el público es exitista. Y no está mal. Lamentablemente no todos están tan enfermos como nosotros. Si a Peñarol le va mal, “ellos” disfrutan de su cuadro de basquetbol, de salir con la novia, de ver la colección de pornografía del tío con amigos varios, y cuando se enteran un resultado no favorable se limitan a decir “somos una murga”, y siguen con su vida. Entonces uno mide al mortal de turno para darle el correspondiente piñazo en la nuca, pero nos limitamos a decir “¿Y vos por qué no vas a alentar?”- “Que jueguen bien y ahí empiezo a ir”, retruca. Trago saliva y sufro en silencio. El tiempo pasa, el corazón se ablanda. Luego de ver unos 160 de estos ciclos de exitismo, aún me sigo calentando (cada vez menos) cuando veo que el estadio se llena con 40 lucas de opinólogos. Pero ¿dónde está lo malo? Lamentablemente no entendemos que el fútbol (más precisamente, Peñarol) no debería ser eje de nuestras vidas. Pero nos chupa un huevo y seguimos gozando y sufriendo con Peñarol. Es nuestra vida.

Así que, mejor estar contentos por el éxito deportivo, siendo sordos a algunos gritos oligofrénicos de la tribuna, y alegrándose de la explosión demográfica de termos. Es lindo ver cómo la gente vuelve al estadio: se llena de minas que están mucho más buenas que las viejas de la platea América…”